Hold me darling, don't leave me now.

Lunes, 17 de Octubre - 19:29 hs.

Sólo un par de días habían pasado de la catástrofe en el Ministerio de Magia. La cabeza de Ronald no había dejado de pensar y pensar en lo sucedido, en el peligro que habían corrido y cómo podrían haber sido afectados. El pelirrojo agradecía a Merlín que ninguno de los suyos hubiese sido herido, o peor, que ninguno hubiese perecido en el terremoto. El salón había quedado devastado, de la estructura del techo apenas si habían quedado las vigas, las paredes se mantenían de pie con suerte y muchas de ellas, más allá de estar quebrantadas, se habían desplomado sobre todo el esqueleto del edificio. Cuando los trozos de techo habían comenzado a desplomarse como si fuese lluvia, Ron sólo había atinado a buscar a Hermione con una inverosímil desesperación. Él hubiese muerto si a su amada Mione le hubiese pasado algo, pero no, habían sabido dominar la situación. Weasley había querido huir, quería llevarse a su esposa con él en cuanto la había encontrado, pero ella lo había hecho entrar en razón entre gritos de temor y sustos ilícitos que debían salvar a los demás allí. Lo habían hecho, habían sacado a unos cuantos en tanto el terremoto continuaba haciéndose más fuerte. La magia había hecho un gran labor, pero en varias ocasiones la naturaleza los había vencido. Había caídos en ese accidente natural, caídos que ellos no habían podido salvar.

Y allí estaba Ronald, sentado en el sofá hogareno de su sala de estar, frente a la chimenea prendida y chispeando pequeñas llamas, pensativo en todas esas almas que se habían ido. Las palabras de la profecía de Lylliam rondaban en la habitación como si tuviesen vida propia, tortuosas. Jodidos hijos de... La puerta de entrada se había abierto, conocía por la forma de girar la perilla, por esos pasos apenas audibles sobre la alfombra del hall que era Hermione - ¿quién más sino? -, así que no se alarmó y permaneció en su sitio, sentado en el sofá de tres plazas, recostado sobre él de manera poco elegante. Habían hablado mucho al respecto, y eso no significaba que sintiese la necesidad de repetir cada comentario como si por reiterarlo pudiese lograr una comprensión general. En momentos como aquellos sentía la necesidad de hablar con Harry, de escupir todo, de decirle que lo necesitaban a él para conseguir algo benéfico de la Orden del Fénix. Pero simplemente no iba a hacerlo, cuando a Ronald se le metía una idea en la cabeza, quitarla de allí era casi imposible. El pelirrojo no confiaba en su mejor amigo, y era increíblemente horrible decirlo, pero ya no había otra forma de confirmarlo. El niño que sobrevivió no era el mismo de antes, y a él, su mejor amigo desde los once años, nadie podía discutírselo.