Prueba de Rol: Mary-Ann Longbottom
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Prueba de Rol: Mary-Ann Longbottom
Llovía. Eso es lo que sus orbes pigmento roble le habían permitido contemplar una vez se hubieron acostumbrado a la claridad del día. El firmamento lucía absolutamente encapotado a pesar de que se entreveía la tenue claridad que el astro rey llegaba a filtrar a través de las nubes. ¿Se debía de sentir de alguna manera? Bueno, si era así pronto lo sabría.
Ladeó la cabeza; las siete de la mañana. Era una sensación como de estar flotando en una nube irreal y darse cuenta de que le dolía la cabeza demasiado para disfrutar de la situación. Menos mal que las pociones contra el dolor de cabeza no se movían de su mesilla de noche. Extendió el brazo e intentó palpar la caja con varios y pequeños golpeteos con las yemas en la rígida madera. No tardó en dar con ella y al girarse y sacar la caja de cápsulas se dio cuenta de que tan sólo quedaba media. Bueno, mejor poco que nada, era bueno contentarse con poca cosa. Se destapó y se levantó sin demasiada prisa, palpando el frío suelo de madera con la planta de sus pies. El desastre de su habitación era notorio, no debía de haber ni una prenda en su sitio; ¿Le importaba? No. Sonaba tan rotundo como su jaqueca matutina. En qué la estaba convirtiendo la rutina. Rió; en lo que nos convierte a todos.
Se levantó cápsula en mano y se acercó a la puerta del baño sin demasiado ímpetu. Abrió el grifo, se recogió el cabello con una mano y se agachó para poder rozar con sus labios el agua, que sabía más a cloro que el propio elemento químico, pero para tomar una cápsula bastaba más que de sobra. Y eso que podía tomarla sin tragar ni una gota de agua. Pero era mejor o al menos no le sentaba tan mal al estómago.
Sintió la cápsula bajar por su esófago hasta el punto de ni tan siquiera notarla. Oh, mierda, se había olvidado la bufanda en clase el día anterior, ¡Y se acordaba ahora! Se incorporó de nuevo y se miró al espejo por el mero hecho de estar en frente. Ni ojeras, ni rostro de cansancio, puesto que no eran muy propios de ella, mas sí ese semblante de póker que no se solía saber descifrar, ni su misma persona a veces. Agudo dolor en la parte frontal de la cabeza, como agujas; esa tarde cuando fuese a pasear por los pasillos rumbo al ensayo del coro, debería de ir a hacerle una bonita visita a la enfermera, que más remedio podría poner que ella misma.
Salió del aseo y cogió la ropa de ayer, que debía ser la única que estaba medianamente doblada. Camiseta color crema, pantalones largos marrón oscuro y chaqueta de punto de color azul real. Mocasines de color negro y el cabello por peinar, tampoco es que fuera a ir a una cena de gala. Cogió el peine, se cepilló con cuidado y sin prisa ya que no iba a ir a ninguna parte en concreto. Siete y cuarto. Y era sábado.
Se echó la colonia de todos los días y salió de la habitación. Salió de su habitación con tonillo agradable, saltando de dos en dos los escalones y cruzando después toda la sala común. No había nadie.
Planta baja y el dolor de cabeza no remitía ni un poco, seguramente la dosis había sido insuficiente y ella lo sabía.
Abrió la puerta y pronto las gotas de lluvia comenzaron a calar su ropa, humedecer su cabello y enfriar su tez, a juego con el color frío e inerte de sus labios. No le dio importancia o al menos la que no se merecía, total, la ropa era para lavar después de dicha jornada y desde muy niña la lluvia no había sido algo que la hiciese sentir diferente o incómoda. Por ello le agradaba precisamente, porque no la hacía sentirse de ninguna manera, al menos descifrable.
Caminaba sin un destino fijo al que llegar, observando su entorno y dándole vueltas a lo de anoche, con lo que se había dormido. El síndrome de Capgras, sin duda alguna, era una enfermedad fascinante. Guardaba cierto hermanamiento con la esquizofrenia y quizás la demencia senil, pero tenía un toque distinto y diferente, algo más concebible como paranoico. Era un buen objeto de estudio. En momentos así se sentía plenamente muggle, como si no conociese nada de todo aquello que la rodeaba y se preguntaba cómo habría sido ese tipo de vida. Mas luego sonreía de lado y se decía que prefería mil veces su varita.
Pronto llegó al jardín, nadie había allí. Seguramente por un cúmulo de razones bastante evidentes, como el hecho de ser las siete y media de la mañana, hacer frío y estar lloviendo. Los estudiantes no solían estudiar a aquellas horas, con aquel tiempo y encima en fin de semana, la mayoría al menos.
¿Era consciente de que aquello podía ser catalogado de extraño, estrambótico, poco normal? La verdad es que no, pero si alguien guardaba esa opinión podía decírselo, ya que no conocía a mucha gente que tales días por la mañana saliera a pasear por el campus de una universidad. Se quedó parada en medio de la hierba y alzó la cabeza para contemplar como las gotas de lluvia impactaban en su rostro y resbalaban por su cuello y cabello. Voltaire, Voltaire…que pensarías tú al respecto.
Ladeó la cabeza; las siete de la mañana. Era una sensación como de estar flotando en una nube irreal y darse cuenta de que le dolía la cabeza demasiado para disfrutar de la situación. Menos mal que las pociones contra el dolor de cabeza no se movían de su mesilla de noche. Extendió el brazo e intentó palpar la caja con varios y pequeños golpeteos con las yemas en la rígida madera. No tardó en dar con ella y al girarse y sacar la caja de cápsulas se dio cuenta de que tan sólo quedaba media. Bueno, mejor poco que nada, era bueno contentarse con poca cosa. Se destapó y se levantó sin demasiada prisa, palpando el frío suelo de madera con la planta de sus pies. El desastre de su habitación era notorio, no debía de haber ni una prenda en su sitio; ¿Le importaba? No. Sonaba tan rotundo como su jaqueca matutina. En qué la estaba convirtiendo la rutina. Rió; en lo que nos convierte a todos.
Se levantó cápsula en mano y se acercó a la puerta del baño sin demasiado ímpetu. Abrió el grifo, se recogió el cabello con una mano y se agachó para poder rozar con sus labios el agua, que sabía más a cloro que el propio elemento químico, pero para tomar una cápsula bastaba más que de sobra. Y eso que podía tomarla sin tragar ni una gota de agua. Pero era mejor o al menos no le sentaba tan mal al estómago.
Sintió la cápsula bajar por su esófago hasta el punto de ni tan siquiera notarla. Oh, mierda, se había olvidado la bufanda en clase el día anterior, ¡Y se acordaba ahora! Se incorporó de nuevo y se miró al espejo por el mero hecho de estar en frente. Ni ojeras, ni rostro de cansancio, puesto que no eran muy propios de ella, mas sí ese semblante de póker que no se solía saber descifrar, ni su misma persona a veces. Agudo dolor en la parte frontal de la cabeza, como agujas; esa tarde cuando fuese a pasear por los pasillos rumbo al ensayo del coro, debería de ir a hacerle una bonita visita a la enfermera, que más remedio podría poner que ella misma.
Salió del aseo y cogió la ropa de ayer, que debía ser la única que estaba medianamente doblada. Camiseta color crema, pantalones largos marrón oscuro y chaqueta de punto de color azul real. Mocasines de color negro y el cabello por peinar, tampoco es que fuera a ir a una cena de gala. Cogió el peine, se cepilló con cuidado y sin prisa ya que no iba a ir a ninguna parte en concreto. Siete y cuarto. Y era sábado.
Se echó la colonia de todos los días y salió de la habitación. Salió de su habitación con tonillo agradable, saltando de dos en dos los escalones y cruzando después toda la sala común. No había nadie.
Planta baja y el dolor de cabeza no remitía ni un poco, seguramente la dosis había sido insuficiente y ella lo sabía.
Abrió la puerta y pronto las gotas de lluvia comenzaron a calar su ropa, humedecer su cabello y enfriar su tez, a juego con el color frío e inerte de sus labios. No le dio importancia o al menos la que no se merecía, total, la ropa era para lavar después de dicha jornada y desde muy niña la lluvia no había sido algo que la hiciese sentir diferente o incómoda. Por ello le agradaba precisamente, porque no la hacía sentirse de ninguna manera, al menos descifrable.
Caminaba sin un destino fijo al que llegar, observando su entorno y dándole vueltas a lo de anoche, con lo que se había dormido. El síndrome de Capgras, sin duda alguna, era una enfermedad fascinante. Guardaba cierto hermanamiento con la esquizofrenia y quizás la demencia senil, pero tenía un toque distinto y diferente, algo más concebible como paranoico. Era un buen objeto de estudio. En momentos así se sentía plenamente muggle, como si no conociese nada de todo aquello que la rodeaba y se preguntaba cómo habría sido ese tipo de vida. Mas luego sonreía de lado y se decía que prefería mil veces su varita.
Pronto llegó al jardín, nadie había allí. Seguramente por un cúmulo de razones bastante evidentes, como el hecho de ser las siete y media de la mañana, hacer frío y estar lloviendo. Los estudiantes no solían estudiar a aquellas horas, con aquel tiempo y encima en fin de semana, la mayoría al menos.
¿Era consciente de que aquello podía ser catalogado de extraño, estrambótico, poco normal? La verdad es que no, pero si alguien guardaba esa opinión podía decírselo, ya que no conocía a mucha gente que tales días por la mañana saliera a pasear por el campus de una universidad. Se quedó parada en medio de la hierba y alzó la cabeza para contemplar como las gotas de lluvia impactaban en su rostro y resbalaban por su cuello y cabello. Voltaire, Voltaire…que pensarías tú al respecto.
Invitado- Invitado
Re: Prueba de Rol: Mary-Ann Longbottom
"Proclamo en voz alta la libertad de pensamiento y muera el que no piense como yo."
Un casting limita bastante la imaginación, pero tu has sabido darle la personalidad que buscamos a Mary-Ann. Aprobado. Tienes 42 horas para hacer la ficha
Un casting limita bastante la imaginación, pero tu has sabido darle la personalidad que buscamos a Mary-Ann. Aprobado. Tienes 42 horas para hacer la ficha
James S. PotterGRYFFINDOR - Mensajes : 918
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