Ser un Nott (Theodore Nott)

Mis dedos de la mano derecha se deslizaron suavemente por la esquin asuperior derecha de un libro para pasar de hoja. La próxima hoja rezaba en legras altas que me encontraba ya en otro capítulo. Desde que había comprado este libro sobre algunas teorías egipcias, me la pasaba la mayor parte del tiempo encerrado en mi oficina de la casa para leerlo, ya que en el trabajo estaba demasiado ocupado resolviendo problemas que varios estúpidos creaban.

El sol estaba ya ocultándose y eso significaba que era el momento de salir al jardín para sentarme en una silla mecedora, servirme una copa de vino tinto y fumarme un cigarro. Cerré el libro y admiré por unos segundos la cubierta negra que se sentía suave al tacto, somo si estuviera hecha del más fino terciopelo. Sus letras eran plateadas y brillaban un poco cuando la luz les daba. Coloqué el libro sobre la superficie de mi escritorio y lo comodé para que no quedara chueco. Me gustaba ver las cosas en orden. Puse las plumas en su lugar, todas por tamaños empezando por la más grande que fue colocada hasta el lado izquierdo y así hasta que la más pequeña estuviera al final. Los tinteros de color negro y azul fueron cerrados y los coloqué abajo de la línea de plumas de águila.

Me levanté y decidí al fin que pondría el libro sobre el mueble que estaba a un lado de la puerta. Lo tomé con cuidado y caminé hasta el estante de color negro. Me puse frente a él y y levanté mi mano derecha para colocarlo entre dos libros de tamaño mediano. Justo cuando baja mi mano la puerta se abrió y Cassandra entró, quedándose de pie por unos instantes mirando hacia la chimenea y después hacia la ventana. Me quedé en silencio puesto que era más que obvio que no se había percatado de mi presencia. Me giré de forma que pudiera ver que es lo que tramaba. Vi que velozmente se fue hasta atrás de mi escritorio, se puso de rodillas y abría algunos de los cajones, quizás el penúltimo que era donde guardaba tabaco o, en el último que era donde estaban los chocolates que Daphne me regalaba cada semana.

Caminé para ponerme frente al escritorio. Mis pisadas no se escucharon gracias a la alfombra que cubría todo el suelo. Llevé mis manos hasta mi pecho y los crucé. Cassandra se había dado cuenta al fin de mi presencia, subiendo su mirada lentamente hasta que sus ojos hicieron contacto con los míos. Su sonrisa era de total inocencia, parecía demasiado angelical. Pero no fue suficiente para que yo le respondiera con una también. –¿Qué tipo de comportamiento es ese Cass?– le pregunté caminando hacia el lado izquierdo para rodear el escritorio. –Actuando de esa manera pareces delincuente– dije llegando detrás del escritorio, demasiado cerca de ella. Vi lo que tenía en sus manos. –Creo que tienes prohibido comer azúcar, ¿no?–

–No digas tonterías Cassandra– dije abriendo grande los ojos –Siempre tendrás el apellido Nott en tu sangre– Caminé para rodear nuevamente el escritorio y quedar detrás de ella. Con mi pie derecho cerré de golpe el cajón que había dejado abierto, fue tanta la fuerza que todas las cosas que habían en su superficie vibraron, haciendo que un bolígrafo se moviera de su lugar. Lo tomé entre mis dedos, sintiendo el frío del metal con que había sido elaborado.

Era una lástima que se llamara a si misma con la deshonra de la familia. Siempre traté de inculcarle los buenos hábitos de la familia, le enseñé a comportarse de manera correcta, quería que ella fuera una persona admirable que llevara con gran orgullo su apellido y que hiciera uso de él en la sociedad mágica. –No, no eres una deshonra… Aún– dije regresando a donde estaba antes para quedar de frente a ella otra vez.

Se sentó en mi escritorio y empezó a hacer ese movimiento que Daphne hacía. Se veía tan bonita como jugaba con sus cabellos dorados, pero no se lo diría, no mostraría flaqueza por mi parte. –Haciendo eso te pareces mucho a tu madre– le dije sonriendo de forma burlona. –Si no puedes ser la hija que anhelaba por tu propia voluntad, entonces haré que lo seas por la fuerza– dije sonriendo estirando mi brazo derecho hacia abajo, de donde mi varita salía lentamente desde la manga de mi chaqueta de cuero negro.

Ni siquiera hubo oportunidad de ver el haz de color rojo, tampoco se notó el impacto a su cuerpo. La maldición hizo efecto inmediato, haciendo que Cassandra cayera al suelo, gritando y gimiendo por el dolor. Sus ojos cerrados dejaban caer por su rostro lágrimas. Recordé cuando mi padre la había usado en mi por primera vez, todo por haber quemada el álbum de fotografía de mi madre por accidente.

–¿Sabes?– le dije arrodillándome a su lado, sin detener la maldición aún. –Cuando tu abuelo la usó en mi por primera vez– estiré mi mano derecha a su rostro y recogí una de sus lágrimas –No lloré y tampoco grité– detuve la maldición y su cuerpo pareció descansar. –Fue doloroso. Cinco segundos que parecieron una eternidad– Me puse de pie y junté ambas cejas enojado –Tenía apenas siete años cuando pasó, y no lloré ni grité. Eres débil Cassandra y detesto la debilidad en las personas–. Retrocedí un par de pasos par ver mejor su cuerpo que todavía seguía tirado sobre la alfombra. –Pensé que tendrías un poco más de fuerza y coraje como cuando me escupiste–

–Veamos que tal te va con esta– le avisé. Le haría otra maldición imperdonable, poniendo a prueba su valentía y fuerza de voluntad. –Imperio– dije apuntándole, sintiendo esa extraña sensación en toda la extensión del brazo. –Ponte de rodillas y pon ambas palmas de tus manos sobre la alfombra– tragué saliva –Después levantarás el rostro, me mirarás dos segundos y volverás a bajar la cabeza y, me pedirás perdón. Tendrás que pedir perdón por haber hablado mal de tu madre, por haberme retado y por escupirme– sonreí.

Ella tenía razón, no tenía alma y quizás nunca la había tenido. Desde una corta edad vi a las personas con indiferencia, no me importaban y no me interesaba pertenecer a sus grupitos de amigos. ¿Acaso fue ver como moría mi madre a razón? No sé y no iba a pensar en ello.

Cuando la maldición imperio tocó a Cassandra noté como ella se resistía al principio, pude ver como sus músculos se debatían por no seguir las órdenes que le había indicado. Por unos momentos pensé que lograría evadir la maldición, pero cuando sus manos iban hacia el suelo sonreí de manera triunfante. Ahora tenía el control total sobre ella y Cassandra lo sabía. Cuando levantó sus ojos hacia mi rostro vi su mirada que desparramaba odio hacia mi, yo sólo la miraba con burla.

Cuando las palabras empezaban a nacer de sus labios lo único que pude hacer fue sonreír aún más. La habitación quedó en silencio y detuve la maldición. Ella cayó al suelo y lo único que hice fue tomar uno de los chocolates que ella había tomado desde el principio y que había tirado cuando empezó la discusión. Le quité la envoltura con mucho cuidado y después la dejé caer, viendo como llegaba muy cerca del rostro de mi hija. Metí el chocolate entero a mi boca y cerré los ojos, disfrutando del sabor de las almendras.

–No te molestes en limpiar el sudor de la alfombra…– le dije cuando tragué por completo el chocolate –Ya lo harán los elfos por ti– dije caminando hacia la puerta. Toqué el pomo y lo giré, abrí la puerta y avancé solamente para quedar bajo el marco de la puerta. –No necesitas decírselo a tu madre– comenté con la vista hacia fuera de mi oficina. Me giré y empecé a cerrar la puerta por completo, justo cuando quedaban apenas como veinte centímetros asomé mi cabeza para ver a Cassandra. –Por cierto… Disfruta de tus días de libertad, por que están contados– y sin más cerré la puerta. Me quedé unos segundos con la vista hacia el pomo y antes de que cayera una lágrima de mis ojos me fui de ahí.