Sola estás, sola te quedas. -libre

A cada día que pasaba, el frío se hacía mas intenso y notorio. Ni tan solo habían entrado a noviembre, y solo por aquel hecho, estaba claro que entradas las navidades el frío sería casi o igual a equivalencia con el del norte. Aquel pensamiento de familiaridad con el clima le daba cierta paz al búlgaro, que se encontraba en la sala común de Durmstrang, en el barco amarrado al lago, con un libro de astronomía en el regazo. Faltaban tan solo horas para el examen de Astronomía. Más concretamente, era a segunda hora del día siguiente, y a penas había abierto el libro.
Sus ojos no demostraban cansancio alguno, y tan solo los levantó del libro un par de veces al pasar los gemelos Tepe, que se dirigían a los dormitorios.
Fue cuestión de que el reloj tocara un par de horas más adelante, cuando Petar se dio cuenta que no tenía el libro anexado de séptimo curso de Astronomía. El adicional que servía para localizar y comprender las historias de ciertas constelaciones descubiertas en la antigüedad, se lo había dejado en la torre de astronomía. Aquel descubrimiento le sonsacó un resoplo de indignación y se levantó casi de un salto, dejando el libro sobre el sofá de piel marrón.
Era una tarea un tanto complicada entrar en el castillo sin ser avistado por el profesorado o algún prefecto de allí, ya que corría el riesgo del castigo. Y a muy malas, aquello tendría ciertas consecuencias sobre el quidditch y el equipo de Durmstrang. Petar se pasó la mano por el cabello enmarañado y sin pensarlo una segunda vez, agarró la túnica marrón oscuro y salió del barco, dirección al castillo con total sigilosidad.

Llegar a la escalera de la torre de astronomía solo le robó veinte minutos de su vida, y con un "lumos" no verbal, empezó a subir las escaleras con paso rápido, intentando que sus zapatos no chocasen contra la piedra de la escalera de forma pesada, para producir el menor ruido posible. El búlgaro frunció el ceño al percatarse que la puerta no estaba cerrada del todo y, tomándolo como un punto sin retorno, apoyó la mano al picaporte y se escuchó el típico sonido del metal oxidado en las junturas de la puerta. Sacó la cabeza con cautela con su barita adelante y de entre la oscuridad que reinaba en aquella sala, tan solo dos luces iluminaban de forma tenue: la luna, a través de la ventana abierta, y una barita que parecía flotar entre la oscuridad, iluminando el rostro pálido de una pelirroja con la mirada clavada en la revista de su regazo.
Sin saber muy bien que hacer o que decir, Petar terminó de mostrarse en la torre, ajustando la puerta casi detrás de él justo antes de volverse hacia la diminuta pelirroja.

- Supongo que sabes que si te encuentran aquí te van a castigar - comentó él, prudente, mientras desviaba la mirada de la pelirroja hacia una de las mesas del fondo, donde visualizó el libro.

Tras visualizar el libro en la mensa más alejada de su situación actual, empezó a andar hacia él, a un paso considerablemente lento y silencioso. Escuchó la voz de la pelirroja de fondo y aquello le arrancó una pequeña sonrisa juguetona de sus labios, cosa que ella no logro ver, pues se encontraba de espaldas.
Agarro el libro confirmando que si era el suyo y se volvió hacia la pequeña, dejando de darle la espalda para ver como sus ojos le miraban de forma tierna e infantil.
Al búlgaro le costo un poco, pero por la luz de su varita consiguió ver el color verde en sus ojos y unas pequeñas manchitas en sus mejillas a modo de pecas doradas. Estaba claro, o a él le resultaba obvio, que ella era, por lo menos, un par de años menor que él. Y el pelirrojo brillante de su melena le hizo darse cuenta de la cantidad de pelirrojos que había en el castillo británico. Eso le resultaba divertido, ya que en el colegio frío de donde provenía él, la mayor parte de las chicas eran morenas.

Él se acercó a ella con cautela, pero manteniendo cierta distancia prudencial y la miró cuando ella le formuló la pregunta. Sonrió.

- Petar - contestó él, dejando caer su nombre con suavidad, para no mostrarse brusco ante la pequeña. Se ahorró las molestias del apellido por razones obvias, y agradeció que ella no se percatara de quien era. Aunque la verdad era que ultimamente los medios de comunicación ya estaban suficientemente ocupados con el tema de los ataques, y el mundial de quidditch no sería hasta el verano siguiente.
Se encogió de hombros y ladeo la cabeza para fijarla en la revista que tenía ella en el regazo, esperando que no fuera una revista del corazón. Le picaba todo solo de pensarlo.

- ¿Este es el motivo de tu escapada? - preguntó él, arqueando una ceja - Dime que no es una revista del corazón - terminó por decir antes de agacharse un poco para terminar en cuclillas frente la joven.

Él arrastró sus ojos hacia el suelo, justo al lado de la pelirroja, mientras ella daba suaves golpecitos en el suelo, haciéndole ademán de que podía sentarse a su lado si así lo quería él. Petar se puso en pié para luego dejar caerse al lado de la chica, en el suelo, notando el frío de la piedra recorrer sus cabellos hasta la cabeza. Era una sensación que, por lo menos para él, era reconfortante y agradable. Miró al lado contrario de ella mientras depositaba allí el libro de astronomía y se volvió hacia ella.
Él no pudo aguantar la risilla tras el comentario de ella y asintió. A pesar de que cosas peores había visto en el comportamiento de las chicas en aquel escaso tiempo que llevaba en el castillo británico.
Se fijó más en ella, y le recordó a alguien. Quizá por la forma de la cara, por los ojos o por los rasgos en general. No quiso aventurarse a preguntar su apellido, o si podría ser que conociera algún familiar suyo, porque de ser así, quizás había olvidado el nombre. Demasiadas fiestas oficiales y demasiada gente importante en el mundo mágico.

El interés de él se multiplicó cuando escuchó de la chica que aquello que estaba leyendo era una revista de quidditch. Volvió a pasar la vista a la revista cuando ella la giró para mostrarle la tapa. Él sonrió y volvió a mirar a la chica.

- Juegas al quidditch, ¿verdad? ¿A qué casa estás? - preguntó él al ver el orgullo centelleante en los ojos de la pelirroja. Seguramente, alguna vez a lo largo del curso competirían en el terreno de juego, y aquello le resulto interesante. Había oído buenos comentarios de alguno de los equipos del colegio de magia Hogwarts, y empezaba a desear que se abrieran las listas de los partidos, para reconocer a sus primeros contrincantes.

Ella le preguntó luego por el libro y el lo agarró con cuidado con la mano y se lo mostró. El segundo libro de Astronomía de séptimo curso. Una guía de identificación de constelaciones, con las historias y los significados de estas, bastante grueso en comparación con el libro de Astronomía normal.

- Me lo dejé esta tarde aquí sin darme cuenta - comentó sin explicarse de más, pues no era muy hablador en cuanto a todo - estaré de suerte si no me cogen de vuelta al barco - terminó, mientras lo volvía a dejar al suelo sin hacer ruido.

Él la miró, escrutando cada centímetro de su rostro y de sus rasgos más característicos tales como su melena pelirroja, la cual había cogido una tonalidad pálida que se asemejaba a un color oxidado por los rayos plateados y ligeramente azulados de la escasa iluminación, o las pecas, las cuales no eran muy grandes, al contrario, y estaban esparcidas por sus mejillas sin intención deliberada pero que provocaban una atención algo dulce hacia su portadora en si. Ella, Lily, se removió en su sitio para poner recta la espalda y apoyarse de una forma más saludable contra la pared, y luego simplemente se dedicó a responder la pregunta curiosa que había formulado el búlgaro. Él se limito a asentir con cierta diversión en los ojos. ¿Una buscadora? Ahora ya era seguro que antes de que aquel curso terminara, ambos se verían las caras en el campo y, a pesar de las casualidades que brinda la vida a veces, ambos lucharían como contrincantes en el mismo puesto. Ambos volarían para encontrar la snitch más rápido que el otro. Ambos eran buscadores.
En el poco tiempo que llevaba ahí, el equipo de quidditch de Durmstrang ya había recaudado cierta información por lo que a los equipos británicos respeta. Él sabía que los tres Potters, hijos del conocido "niño que sobrevivió", jugaban en sus respectivas casas. Sabía que la buscadora de la casa Gryffindor era una Potter, así como uno de los bateadores de Slytherin también lo era, por lo que aquella chica tenía que ser la hija menor de la familia.

- Potter... - Susurró él.
A Petar le pareció oír un ruido más allá de la puerta. Quizá pasos, o quizá no. Simplemente se quedó atento mirando a esta, pero cuando se percató de que la chica le miraba y le preguntaba algo, se volvió hacia ella de nuevo, ladeando ligeramente la cabeza y levantando una ceja con diversión. No pudo evitar una sonrisilla algo maliciosa en sus labios.

- Así es. - respondió él ante su pregunta - Juego como buscador de Durmstrang. No me costó demasiado conseguir ese puesto. Creo que lo llevo en los genes... o eso dicen - terminó él, dedicándole a la pelirroja una sonrisa encantadora tras soltar una leve carcajada no muy fuerte. - Será tono un honor competir contra ti cuando empiecen los partidos. He oído que eres muy buena - las palabras le salieron con suavidad y de corazón. Se pasó una mano con tranquilidad por el cabello y se quedo observando los ojos cristalinos de la joven.

Él se quedó unos largos segundos que no llegaron a formarse como minutos, mientras ella se sonrojaba y hablaba. Cuando las mejillas de la pequeña se tiñeron por un momento ante el halago del búlgaro, estas parecían tomar un color parecido al de su cabello rojizo, y sus pecas se hacían difíciles de visualizar, a pesar de que seguían ahí, esparcidas en sus mejillas como los astros en el cielo.
Ella terminó por responder de forma educada, y él se limitó a subir los hombros unas milésimas de segundo antes de relajarse de nuevo.

- Supongo que si es una coincidencia que dos buscadores de quidditch se encuentren en la torre de astronomía en un horario "prohibido" - contestó él, medio risueño, remarcando la última palabra con otro tono de voz. Aún no se había planteado lo que ocurriría si al salir le cogían. No tenía excusa que valiera, ni que contara la verdad sobre lo que había venido a buscar.
Él, en su opinión hacia ella, le parecía una chica delicada, y aunque no careciera de espíritu competitivo, se le hacía extraño pensar en ella sobre una escoba, luchando para conseguir la snitch antes que él mismo. Era una escena algo peculiar en su mente, pero que sin duda, deseaba que se hiciera realidad. Quería comprobar por él mismo si realmente era tan buena como decían todos.

Él escuchó su comentario, dirigido más bien a nadie en concreto, y arqueó ambas cejas, ladeando muy ligeramente la cabeza.

- Supongo que el puesto de buscador acostumbra a ser el más solicitado, si... - comentó mientras apartaba sus ojos de los de ella y los dirigía hacia la pared de piedra fría que quedaba justo delante, a la otra punta de aquella sala. - Pero entonces, si te escogieron a ti, será porqué tienes talento, Lily - Al pronunciar su nombre se volvió de nuevo hacia ella y le sonrió.
Entonces él recordó que no le costó demasiado hacerse con el puesto. Si que todo el mundo estaba decidido a que él debía ocupar ese específico, tradición familiar, pero Petar se presentó a las pruebas como cualquier otro y las hizo como cualquier otro. O quizá mejor. Tampoco tenía la intención de juzgar a nadie. Todo el mundo se esforzó al máximo para poder cumplir con su cometido aquel día.

- Si quieres, una tarde que tengas libre y no haya entrenamiento podemos ir al campo de quidditch a practicar - comentó él mientras arqueaba una ceja con una sonrisilla. No acostumbraba a entrenar o practicar, con gente de otros equipos, y menos con jugadores que estaban en su mismo puesto, pero aquella pequeña pelirroja le había caído bien, a pesar del poco rato que habían estado hablando hasta entonces.
Él se limitó a mirarla expectante mientras esperaba una respuesta.